Hijos: Claves para construir una buena comunicación

A fines de 2017, Unicef Argentina desarrolló la Guía práctica para evitar gritos, chirlos y estereotipos, un material elaborado en el marco de la iniciativa “Crianza sin violencia” que contiene herramientas para comprender cuál es nuestra función como cuidadores y, fundamentalmente, qué es lo que necesitan de nosotros los chicos y chicas. 
Compartimos algunas de sus recomendaciones.

Para qué sirve una buena comunicación
Propiciar una comunicación saludable entre padres e hijos es importante para:

  • Conocerlos y que ellos nos conozcan. Escucharlos, darles un tiempo y un espacio donde expresarse.
  • Ayudarlos a poner nombre a sus emociones, es decir, que sepan que existe una palabra que se corresponde con cada sentimiento. Identificarlas y usarlas los ayuda a expresarse correctamente y que los demás entiendan qué sienten.
  • Ingresar en el mundo de los otros por medio del lenguaje, para que puedan comunicarse con los demás.
  • Evitar las conductas impulsivas o violentas. La palabra media entre el sentimiento y la acción. Este punto aplica tanto para los adultos como para los chicos. Antes de perder la paciencia con los chicos, es importante, “tomarse un tecito” o “contar hasta diez y respirar profundo” para recuperar la calma y, de ese modo, evitar reaccionar impulsivamente, lo cual puede derivar en gritos, insultos o agravios.
  • Anticiparles y explicarles a nuestros hijos qué es lo que esperamos de ellos y lo que va a pasar. Saber lo que va a suceder les da seguridad a los chicos. A través de la comunicación verbal los preparamos para los cambios. Por ejemplo, si nuestro hijo está jugando en la plaza y en breve queremos volver a casa, hay que avisarle un ratito antes para que el cambio de escenario no lo tome por sorpresa.
  • Mostrarles valoración y respeto.
  • Construir relaciones de confianza y cariño.

11 recomendaciones para comunicarnos mejor

  1. La comunicación con los niños debe ser de forma adecuada a la edad y madurez. No dirigirse a ellos como si fueran adultos, sino adaptar los mensajes de acuerdo a sus preguntas y deseo de saber sobre los distintos temas.
  2. Si hablamos por ellos antes de que manifiesten lo que desean, los volvemos dependientes de nosotros e impedimos su crecimiento con autonomía. Es bueno que las niñas y los niños aprendan a reconocer y expresar lo que sienten, desean y necesitan.
  3. Hablémosles con afecto y atención, mirándolos a los ojos. Bajemos a su altura física para poder escucharlos adecuadamente.
  4. Cuando se va a producir algún cambio en la dinámica familiar, comuniquémoselos para que puedan prepararse. Usemos palabras sencillas. Esta comunicación verbal servirá para que los niños no se sientan violentados por los cambios bruscos (por ejemplo, cuando sea momento de dejar los pañales, cuando se produce una mudanza, cuando se planifica un viaje, cuando se producen separaciones en el ámbito familiar).
  5. Evitemos gritarles. Por supuesto que en una situación de riesgo físico para alertarlos que se acerca a un peligro, se levanta la voz o se grita. Pero si el grito se convierte en un modo de funcionamiento familiar pasa a ser un modelo de relación. Los niños no aprenden con los gritos; tal vez obedecen, se adiestran, pero no comprenden. Con gritos, pueden responder paralizados por el temor, pero no por haber entendido lo que se espera de ellos.
  6. Evitemos los gritos también entre personas adultas. Los vínculos familiares y de pareja basados en la igualdad y el respeto no se construyen con agresión verbal. Las relaciones centradas en la comprensión y el afecto también se transmiten a las niñas y los niños a través del ejemplo. La comunicación sin gritos muestra que es posible conversar, aun en el disenso: tener opiniones distintas sobre algo no significa que tengamos que gritarnos o agredirnos verbalmente.
  7. Prestémosles palabras a los más pequeños cuando sienten enojo, tristeza o frustración. Si los chicos no encuentran las palabras para expresarse, tal vez podemos ayudarlos a que las encuentren, con paciencia y atención. Cuando una persona puede hablar sobre lo que le pasa no necesita recurrir a la violencia para expresarlo. Y esto se aprende desde la infancia.
  8. Evitemos poner rótulos a los demás niños: “Ese chico muerde” o “Ese chico es el agresivo”. Todos los chicos, en algún momento y por diversos motivos, pueden atravesar etapas más o menos agresivas. Siempre hay un motivo. Y lo comunican de esa manera cuando no lo pueden poner en palabras. Tampoco les pongamos etiquetas a nuestros hijos: “Sos caprichoso, insoportable”, “Parecés un bebé”. Recordemos que así disminuimos su autoestima.
  9. Si debemos formular una observación sobre alguna conducta indebida de nuestros hijos, es recomendable hacerlo a solas para no exponerlos. Si lo hacemos en público, pueden sentirse humillados o avergonzados frente a los demás y perderemos la oportunidad de reflexionar juntos sobre lo sucedido.
  10. No demos dobles mensajes. Por ejemplo, cuando decimos con palabras algo y con el cuerpo o las acciones, otra cosa. Estas contradicciones permanentes hacen que los niños se sientan confundidos, sin saber qué hacer.
  11. Es fundamental no involucrarlos en las discusiones de los mayores, buscando que se pongan de nuestro lado. Ellos  aman a ambos padres y les resulta muy conflictivo tener que elegir a quién apoyar. No están preparados psicológicamente para eso. Un niño puede sentirse abrumado cuando recibe cierta información que no está en condiciones de procesar por su edad. Por ejemplo: “Decile a papá que no querés que se vaya con los amigos porque querés que pase más tiempo con nosotros” o “Decile a tu mamá que no querés que nos separemos porque querés que siempre viva con nosotros”.

Más información: Descarga gratuita en www.unicef.org/argentina 

Recommended Posts